La noche cayó sobre Zaragoza, las calles se tornaron oscuras
y tenebrosas y las sombras comenzaron a bailar por doquier, sombras que corrían
a guarecerse, otras que buscaban con quien entretenerse, algunas malhechoras y
las que querían divertirse pero una, deslizándose, pasando inadvertida, corría
y se escondía en los rincones; silenciosa buscaba su objetivo avanzando
rápidamente.
Un ruido de cristales rotos rasgó el
silencio de la noche haciendo que Tom se detuviera, agudizando el oído. Hakkon,
a su lado, estiró sus orejas peludas y puntiagudas al tiempo que giraba la
cabeza hacia el ruido.
-¿Tú que
crees? ¡Vamos Hakk!
Ambas sombras volvieron a deslizarse
rápidamente por las calles de Zaragoza. Al llegar al lugar de dónde provenía el
extraño sonido de la noche zaragozana Tom, desoyendo los consejos de Marcos,
rápidamente se adentró en la casa de la que salían sonidos de lucha y de
objetos al romperse.
La escena que se encontró era
desoladora, obras de arte destrozadas, ventanas, vitrinas y cortinas rotas,
todo esparcido por el suelo; los pedazos de una vida. Tom continuó avanzando
hasta llegar a la puerta principal y la abrió para dejar entrar a Hakkon y, a
continuación, comenzó a subir por las escaleras del dúplex, avanzando hacia el
origen del sonido.
Cuál fue su sorpresa cuando al
entrar en una de las habitaciones del segundo piso vio a alguien que le
resultaba familiar sobre otro hombre, el cual debía ser el dueño de la casa.
-¡Hakkon! –
Exclamó Tom al tiempo que señalaba a los dos hombres que forcejeaban.
Automáticamente Hakkon respondió a la orden de su amo separando a los dos
hombres e interponiéndose entre ellos.
Rápidamente Tom se acercó a la
víctima, el cual parecía estar casi muerto, y le tomó las constantes vitales
comprobando que seguía con vida mientras Hakkon gruñía al agresor que había
caído al suelo.
-Jajajaja,
¿Cómo no? – Exclamó el agresor sarcásticamente desde el suelo - ¿Cómo no iba él
a “solicitar” todo el protagonismo del mundo? ¿A ser el héroe? Jajajaja.
Tom lo miró extrañado, le sonaba
aquella voz, pero no era capaz de ubicarla.
- ¿Pero qué
dices? Casi lo matas, no busco protagonismo, sólo ayudar a este hombre.
- ¡Mentira!
Tú siempre has querido lo mismo. El pobre niño callejero al que hay que ayudar
siempre, que pretende valerse por sí mismo, ¡pero no puede! – Gritó el hombre
histéricamente mientras trataba de levantarse.
-No sé cómo
puedes saber de dónde vengo, ni sé por qué me odias tanto, pero te equivocas
sobre mí.
-¡¿Qué me
equivoco?! – Gritó el desconocido – Recuerdo cierta noche de invierno, hará
como 8 años, pretendías hacerte el valiente, como de costumbre, entraste en una
confitería, acompañado ese estúpido perro y otro chico, más pequeño, que te
idolatraba, eras su héroe. Pero no salió bien, ¿verdad?
Tom en un principio no sabía a qué
se refería ese hombre pero, poco a poco, fue recordándolo.
Hacía frío y tenían hambre, Sam, un
chaval cuatro años menor que él, vivía con él en las calles desde hacía un par
de meses y Tom se sentía responsable de él ya que el chaval era
incapaz de defenderse por sí mismo o de encontrar comida con la que alimentarse
o ropa con la que calentarse por las noches. Esa noche en concreto, Sam llevaba
un buen rato quejándose de que tenía hambre, como todas las noches, pero a
diferencia de otras, Tom no había podido conseguir comida para que cenasen algo
más que unos pocos restos de pan y pollo de la basura de un restaurante cercano
y Sam estaba más pesado de lo habitual.
-Tom, ¡Tom! ¡Tengo hambre! ¿De dónde podemos sacar más comida? – Reclamaba Sam
insistentemente, haciendo que Tom perdiera la paciencia.
- Vale, de acuerdo – Exclamó Tom exasperado - intentaré conseguir algo de
comida – Y levantándose se encaminó hacia las oscuras y nevadas calles. - ¿Qué
haces?
- Voy contigo, no pienso arriesgarme a que te comas lo que encuentres y me
dejes sin nada – Respondió Sam altivamente.
- Haz lo que quieras – Replicó Tom mordazmente.
La fría nieve se les clavaba en los pies
desnudos a medida que avanzaban, como si de agujas afiladas se tratase. Tom
buscaba algún sitio en el que conseguir algo de comida, lo que fuera, pasaron
por varios locales, restaurantes y tiendas de comida rápida, pero nadie se
apiadaba de ellos y tras dos horas, cayeron extenuados.
- No hay manera – Dijo Tom – nadie quiere darle algo de comida a un par de
chavales vagabundos, nadie se fía de que no les queramos robar.
- Pues robemos algo – Sugirió Sam.
- ¿Te has vuelto loco? – Exclamó Tom – no podemos robar nada, ¿Es que
quieres meternos en un lío?
- ¡Pues yo tengo hambre! Si no quieres venir, no vengas, pero yo voy a
conseguir algo, no pienso morirme de hambre – Dijo Sam testarudamente.
Comenzó a curiosear por la calle y dio con
una confitería cercana y comenzó a intentar forzar la puerta. Ante la
posibilidad de que hiciera saltar la alarma, Tom acudió en ayuda de Sam, aunque
a regañadientes, y abrió la puerta. Una vez dentro, Sam comenzó a comerse todo
lo que veía, lo probaba y si le gustaba se lo guardaba y así estantería por estantería
y vitrina por vitrina. Una vez hubo terminado, Tom confió en que se irían, pero
Sam se encaminó hacia la trastienda, Tom fue tras él e intentó detenerle pero
Sam se zafó de él y se escabulló por la puerta trasera. Para cuando Tom entró
en la trastienda Sam ya estaba curioseándolo todo y toqueteándolo.
- Pero, ¿Qué estás haciendo? – Susurró Tom – ¡Tenemos que irnos ya!
- Voy a ver si hay algo de dinero por aquí, seguro que nos viene bien.
- No, estate quieto, no toques nada más y vámonos.
Pero Sam ya estaba
intentando abrir la caja fuerte, que había localizado tras un cuadro mal
colocado contra la pared.
Lo que sucedió después fue una tragedia,
se desató un incendio debido a un cortocircuito provocado por los cables de la
caja, pelados debido a los mordiscos de los ratones que infestaban el lugar y a
la manipulación a la que Sam los estaba sometiendo, en menos de dos minutos
ambos se encontraban rodeados por el fuego
y Hakkon ladraba como loco.
- Sam, ¡corre, sígueme!
Tom comenzó a correr hacia
la salida con Hakkon siguiéndole de cerca y con Sam también, o eso creía él;
cuando consiguió salir fuera, medio ahogado por el humo, Tom se dio cuenta de que
Sam no había salido con él, comenzó a buscarle entre el humo, confiando en
verle salir, pero eso no pasó. Cuando trató de volver a entrar a buscarle, un
hombre le retuvo impidiéndoselo y poco después llegó la policía y los bomberos.
Tom se perdió entre la multitud y poco después se fue. Al poco se empezaron a oír
rumores de que Sam había muerto en el incendio y Tom no volvió a pensar en
ello, hasta ahora.
- Yo también me acuerdo, pero no sé cómo puedes saberlo tú. En ese incendio
murió un amigo mío y fue una gran tragedia para mí, pero no se cómo puede
afectarte eso.
- ¿Que no lo sabes? Yo te lo diré, ¡tú me abandonaste!
- ¿Qué? – Preguntó Sam extrañado - ¿Cómo que te abandone? ¡Si no sé ni
quién eres!
- ¿Qué no lo sabes? Yo soy aquel “amigo” al que perdiste, ¡tu me
abandonaste en aquel incendio! – dijo al tiempo que finalmente se ponía en pie
y se giraba hacia Tom. Un rostro desfigurado por el fuego se mostró ante él
devolviéndole una mirada iracunda, repleta de rabia y totalmente desprovista de
razón o cordura.
- ¿Sam? – Preguntó Tom incrédulo – Es imposible, ¡Moriste en el incendio!
Me informé, no sobreviviste.
- Jajaja, ¿Te parezco muerto? No, ¿verdad? Tú me abandonaste – Volvió a
repetir enfermizamente - Y pagarás por ello. Oh, si, ya lo creo que pagarás, ¡Pagarás
por haberme dejado allí y haber provocado que me quemase vivo!
- Yo no lo provoqué – Dijo Tom – tú provocaste el incendio al intentar
forzar la caja, ¿Lo recuerdas? Fue culpa tuya, no mía.
Sam se paró a pensar y por un momento pareció más pequeño, como si toda su
vida se hubiese desmoronado ante sus ojos en tan solo un instante. Pero fue
solo un instante, rápidamente su rostro se recompuso de nuevo, en la medida que
podía hacerlo, y su mirada volvió a ser feroz.
- Mientes y te garantizo que lo pagarás- Y diciendo esto se dirigió
rápidamente a la ventana y saltó a través de ella.
Tom intentó correr tras él, pararle antes de que saltase, pero llegó tarde
y sólo pudo observarle mientras se alejaba corriendo por las calles de
Zaragoza.
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