martes, 6 de noviembre de 2012

Juana Castro

Juana Castro es una escritora cordobesa, de padres humildes que lucharon por darle una buena educación o todo lo buena que pudieron dado que eran campesinos y no tenían demasiado dinero.

La vida de Juana está marcada por imágenes que siempre la han acompañado y formado sus recuerdos más importantes y, a raíz de ellos, comenzó a escribir poesía, como una salida a todo el estrés y los problemas a los que se enfrentaba día a día. Su poesía refleja en gran parte su vida, por lo que ha pasado y lo que ha sentido, sus experiencias, sus pensamientos y sus vivencias; se sirve del lenguaje, del entorno y las imágenes para crear su poesía y todo lo que escribe.

Comienza la presentación de su trabajo a través de la exposición de una serie de escenas cinematográficas las cuales resumen en gran parte su niñez, su despertar en cuanto a la situación de la mujer en su época y sus comienzos como escritora y continúa exponiendo gran parte de su obra y su forma de escribir, trabajar y ver la vida.

En mi opinión, Juana Castro es una mujer a la que la vida ha hecho ser quien es de una forma que a muchos no nos ha afectado, sufriendo la tragedia de la muerte de su hijo y, posteriormente, de la enfermedad tanto de su madre como de su padre, se ha visto obligada a afrontar la vida de una manera distinta y, sirviéndose de la poesía, superar esas pruebas que se ha encontrado por delante. Ella ve la vida a través de la poesía y la usa para poder vivir el día a día y grabarlo en su memoria de una manera que, para otras personas, sería impensable.

Personalmente, me ha gustado mucho el cómo vive la poesía y como la disfruta haciéndola suya y conviviendo con ella y usándola de la manera que ella lo hace; algo realmente complicado de hacer si no sabes cómo ya que, para la mayoría, es más fácil, escribir prosa y plasmar los pensamientos, las vivencias y lo que les ocurre día a día en un diario, escrito en prosa y con la menor dificultad posible.

El potro blanco

Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.

-Mírate, tú no eres un hombre.

Los hombres nunca tienen
esa fiebre en los ojos, ni los muslos
les florecen redondos, ni en los pechos
les crecen dos botones
erguidos como islas detrás de la camisa.

-Mírate.
               Y me miro,
y me voy desnudando
de mis tristes aperos.

Y entonces aparece, sin que yo lo convoque,
mi cuerpo como el lirio
de sol y la radiante manzana de la carne,
igual que en el milagro
del primer potro blanco saliendo de su madre.

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